
“Estado pasajero de excitación nerviosa producido a consecuencia de una situación anómala”. Esto es la histeria, e histeria es lo que ha despertado la poco habitual campaña navideña de Desigual. La marca de moda catalana regala vibradores en forma de pintalabios por la compra de sus colonias. Repasamos la intrahistoria de este juguete erótico.
“La vida es chula” se mantiene como eslogan de Desigual en la campaña navideña 2013, reivindicativa de la libre sexualidad, pero especialmente de la femenina. La firma regalará pequeños vibradores en forma de pintalabios por la compra de una de sus colonias, decisión que ha desatado la histeria comercial y social, ya que algunos establecimientos se negarán a entregar tal obsequio. Lo que quizás muchos desconozcan es que el apreciado regalo es un invento del siglo XIX que se anunciaba a bombo y platillo en los medios de la época. Ejemplo de ello es el siguiente cartel publicitario.
La película “Hysteria” (2011) retrata con mucho humor crítico el surgimiento casi fortuito del hoy polémico vibrador. En plena Inglaterra victoriana, el doctor Joseph Mortimer Granville recibía en su consulta a mujeres que padecían, según los libros médicos, “histeria femenina”. Con este nombre se conocía a una enfermedad que más tarde sería descatalogada por la Asociación Americana de Psiquiatría. Su única cura era el “paroxismo nervioso”, es decir: el orgasmo. El médico estimulaba a la paciente hasta hacerle alcanzar el clímax, incluso ante la mirada de familiares o de su propia pareja. Y así, paciente tras paciente, terapia tras terapia, día tras día… Sus problemas de muñeca le llevaron a los libros de historia como “el padre del vibrador”.
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Este controvertido concepto médico fue la inspiración, en 2012, del artista conceptual Clayton Cubitt. Suya es la serie de videos titulada “Hysterical Literature” (“Literatura Histérica”), un éxito en la red. Al igual que en la película de Tanya Wexler, una mano inocente masturba a una serie de mujeres con un vibrador (concretamente con un Magic Wand con control de velocidad). Todo sucede “fuera de campo”, y también, valga el paralelismo, lejos de todo prejuicio. Pongan fin a este artículo (y quizás también a cierta polémica) las propias palabras de Cubitt sobre su experimento: «deseaba mezclar dos ámbitos que la sociedad tiende a ver a través de lentes diferentes: el arte y el sexo. Así que puse el arte en la mesa y el sexo bajo la mesa».
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Marta García-Muñoz
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