
Desde “La noche de Halloween” hasta el cortometraje español “Supervillain”, en ColumnaZero te contamos el cine que ha encontrado sus historias en el día del año donde los muertos cobran vida.
Dicen que quien domina el lenguaje domina la forma en la que comprendemos el mundo. Esta máxima no estaría del todo completa si excluyéramos de ella a los iconos. El atractivo de la imagen tiene poder suficiente como para traspasar fronteras y calar en el imaginario colectivo. En este sentido las tradiciones anglosajonas se han ido adaptando a nuestra cultura con la ayuda del medio audiovisual. Películas, series, videoclips y anuncios nos muestran repetidamente los símbolos que hemos interiorizado y, por lo tanto, aceptado en nuestra cotidianidad; iconografía que consideramos indispensable y con la que identificamos la tradición en cuestión. Mientras que nosotros, espectadores consumidores, hemos asimilado esos usos y costumbres como propios, también nos hemos sumergido en un ritual globalizado que en estas fechas anteriormente conocidas como “día de todos los santos” canta puerta a puerta: “¡truco o trato!”.
Más allá de las tradicionales calabazas, duendes, demonios y fantasmas, Halloween es, sin duda alguna, la fiesta que más iconografía ofrece. Esto es gracias a que la industria cinematográfica, junto con el cómic y los videojuegos, ha generado la mayoría de los símbolos que encuentran cabida en la noche de brujas. Y no parece existir límite. Es en la noche de Halloween cuando el cine de terror encuentra la atmósfera perfecta para ser exhibido. Internet da buena cuenta de ello. Buscamos “cine” y “halloween” y podemos encontrar mil entradas de rankings de películas para ver. Todo un recorrido historicista por el cine de género, desde las cintas sólo aptas para cinéfilos como el Nosferatu de Murnau hasta los maratones catódicos de The Walking Dead pasando por un amplio abanico de subgéneros como el slasher. Sus personajes se convierten en el disfraz perfecto bajo el que encarnarse por unas horas. Esa noche es muy fácil encontrarse con Michael Myers, Freddy Krueger, la niña del exorcista, un grupo de drugos o un batallón de zombies deambulando por las calles. O entrar en un bar y ver cómo comparten cervezas un alien y un monstruo literario. Todo el cine fantástico y de terror cabe en el mundo de Halloween. Lo curioso del caso es que muy pocas de esas películas se han ambientado en la noche en la que los muertos salen al encuentro de los vivos para adueñarse de sus almas y de su ánimo, ¡y eso que el argumento ha dado mucho juego! Revisemos algunos de los largometrajes más importantes que han usado a Halloween como escenario de la trama.
La fórmula en la que entes de procedencia sobrenatural amenazan y se ensañan con los vivos, arma blanca en mano, durante la totalidad del minutaje del film es bien antigua; pero en lo que compete a este artículo diríamos que todo empezó en 1978, cuando John Carpenter y La noche de Halloween convirtieron a la adolescente Jamie Lee Curtis en la reina del grito agudo. La película, que iniciaría una de las sagas de terror más rentables de la industria, sobresale precisamente por la repercusión de sus entregas y la instauración de un subgénero que produciría un sinfín de producciones similares. Lo reseñable de esta primera aparición del personaje del omnipresente asesino enmascarado, sin motivaciones psicológicas claras para ejecutar a sus víctimas, es que Carpenter demostró que la imaginación y el control artístico de las técnicas narrativas no están reñidos con la comercialidad ni traicionan a un séquito de fieles que demanda oscuridad, sadismo y hemoglobina.
No hay Halloween posible sin la música de Danny Elfamn. En algún momento de la noche a todos se nos escapa la cantinela de “esto es Halloween, esto es Halloween”; y es que desde ese octubre de hace más de veinte años en el que se estrenó Pesadilla antes de Navidad nada ha vuelto a ser igual. El original musical animado de Tim Burton dirigido por el artista Henry Selick encierra todo el universo actualmente conocido como Halloween. Disney, rechazando inicialmente el proyecto por lo arriesgado de la producción –animación stop-motion, costosa y desfasada, en un panfleto gótico y oscuro- supo visualizar las posibilidades del producto una vez Burton se convirtió en el director de moda con Batman (1989) y Eduardo Manostijeras (1990); y ha instalando en el imaginario colectivo y en las tiendas de los centros comerciales ambientaciones, atmósferas, música y personajes de naturaleza autoral pero de calado universal.
Pero Halloween no ha sido para el cine únicamente un filón de entretenimiento, ni el motivo de exprimir por completo las sagas, incluyendo su parodia, apoyándose en el merchandising para animar las fiestas y la cuenta de resultados. También ha centrado argumentos de un cine, digamos, más serio; películas encomiables que, aunque de forma más marginal, han tirado de las posibilidades que ofrecen los disfraces para construir su relato. E.T. el extraterrestre (Steven Spielberg, 1982) es un ejemplo.
Fue gracias a Halloween y a que los niños Elliot, Gertie y Michael disfrazaron de fantasma al extraterrestre que E.T. pudo pasear a plena luz del día por las calles de la típica urbanización norteamericana en la que viven los protagonistas. Especialmente imborrable es el momento en que esa sábana blanca de andares de pato se cruza y dialoga con la reciente creación de la factoría de George Lucas: el maestro Yoda. Spielberg también sería destinado a dirigir la historia de otro joven protagonista: la dramática road movie de un niño que es secuestrado de forma casi forzosa por un delincuente que se ha dado a la fuga en la noche de Halloween. Finalmente fue el oscarizado Cint Eastwood quien se puso a los mandos de Un mundo perfecto (1993), dirigiendo de forma magistral la intensa e imposible relación de amistad y cariño entre Butch y Philip, y trabajando un tema visto varias veces en su filmografía: el maltrato infantil. Mención especial en este artículo tiene el genial uso de un disfraz de Casper como símbolo de disidencia entre Philip y su familia. Por último referenciamos en este bloque a Donnie Darko (Richard Kelly, 2001), película de culto mezcla entre una American Beauty opresiva y el terror estudiantil protagonizado por adolescentes rebeldes sin causa preocupados por el baile de graduación, en este caso por la fiesta de Halloween. Una vez más es un disfraz, el de un conejo de otro planeta, que con sus inexplicables apariciones y visiones, detona una trama que se mueve entre el terror psicológico y las reflexiones más propias de Iker Jiménez acerca de universos tangenciales y viajes en el tiempo.
En este breve recorrido por el cine de Halloween, los superhéroes, siempre presentes en cualquier evento que se precie, merecen punto aparte. Nacidos del cómic y alimentados por el cine, la televisión y los videojuegos, los superhéroes son un fenómeno eminentemente norteamericano dirigido a un grupo de población muy concreto: el joven que se refugia en el sueño de adquirir superpoderes para enfrentarse a una habilidad social anulada por los chicos más populares de su clase y, en ocasiones, impresionar a esa chica que se sienta en segunda fila. En ese sentido las historias de héroes y villanos han convivido estrechamente con el mundo real en el que son realizadas, ya sea a nivel personal o en alusión al contexto histórico en el que son relatadas. Kino Lora, el joven realizador sevillano que este fin de semana estrena Supervillain en el Spanisches Filmfest de Berlín, según analizamos su cortometraje podemos aventurarnos a afirmar que probablemente fuera uno de esos frikis inadaptados que invirtiera gran parte de su tiempo ante la aventura gráfica.
Supervillain es la primera obra audiovisual española que trabaja el tema de Halloween como escenario donde se desarrolla la trama, y lo hace en coherencia a los símbolos propios de la fiesta y en continuidad a los referentes de los que se nutre. Más allá del uso de actores norteamericanos o de la ambientación del argumento en una fiesta infantil de un supuesto barrio anglosajón, la trama del cortometraje parece haberse inspirado en las matanzas indiscriminadas de Utoya en Noruega o la de Virginia, según afirma Lora, perpetradas por individuos sin perfiles ni pasados violentos y, por lo tanto, sin capacidad por parte de las autoridades o de la sociedad civil para anticiparse a sus ataques. Nuevamente un contexto concreto abre una vía de ficción donde el héroe y el villano se encarnan en personas comunes mostrando la frágil frontera entre la realidad y el mundo del cómic. El héroe, intencionadamente representado por un niño que, aun consciente de que su disfraz de Superman es simplemente eso, un disfraz, actúa siempre bajo el ideal de héroe y con la inocencia y la ingenuidad del desprotegido. Frente a él un villano desconocido, sin rostro ni identidad ni poderes pero con la técnica suficiente para manipular al pequeño. Un duelo verbal y psicológico tenso realizado magistralmente desde la quietud del banco de un parque frente al desconocimiento de un grupo de niños que disfrutan, ajenos a lo que allí acontece, de sus refrescos y golosinas. ¿Y no es esa la mejor explicación de lo que vivimos en Halloween?
Equipo ColumnaZero
@columnazero
Curioso enfoque. Halloween es un tema recurrente. Quizás ya demasiado explotado. Faltan recursos y vueltas de tuercas de esos guionistas cada vez más encasillados en los estereotipos.