
‘House of Cards’ muestra el lado más amargo de la política norteamericana. Una oda al patriotismo americano, al cinismo y a los personajes con varias caras. Personajes entre los que destacan Frank y Claire Underwood, y que destripamos en ColumnaZero para saber por qué gustan tanto.
Vale, concedamos que Netflix no ha creado la idea original en la que se inspira la serie. Concedamos, también, que la todo poderosa BBC hizo de la novela original su propia serie en 1990 y que lo que nosotros conocemos desde 2013 es un remake con otros nombres, ciudades y cargos. Concedido todo esto es imposible no reconocer que House of Cards es ahora mismo, y lo será por mucho tiempo, una serie referente. Desglosar la fórmula de su éxito es una tarea complicada porque el drama que nos plantea su creador, Beau Willimon, exige que el espectador se introduzca en un universo, como poco, complejo.
En House of Cards encontramos una serie que juega en una realidad que ya conocemos, la de la Casa Blanca, pero que nunca se nos ha mostrado así. Por lo tanto, el primer obstáculo a superar es la concentración que necesita el público para seguir la trama. Esta no es una serie sencilla, exige tiempo, exige ganas de ver con detalle lo que te están mostrando y exige conocimiento del panorama norteamericano porque, por ejemplo, muchos de sus cameos incluyen a periodistas y analistas de grandes medios de comunicación estadounidenses como la CNN o Fox News. Sin embargo, el ejercicio intelectual al que nos someten encuentra su punto de inflexión con la relación entre sus dos protagonistas: Frank y Claire Underwood.
Es él la primera (aunque no la única) razón que nos hace querer a esta serie. La espectacular interpretación de Kevin Spacey convierte a Frank Underwood en un personaje al que admirar, y eso que encarna todo lo que consideramos mezquino. Es frío, manipulador, sin escrúpulos y adora el poder. Y a pesar de todo, le quieres, le mimas y hasta te hace gracia. Esa relación amor-odio hacia Underwood se refleja también en la propia serie porque los personajes con los que va interactuando también se mueven en ese limbo que la audiencia está sintiendo.
Kevin Spacey ha logrado, y parece que casi sin esfuerzo, crear al perfecto anti héroe. Frank Underwood es un personaje tan redondo que no deja lugar a la duda ni a la ambigüedad, y cuando la ambigüedad aparece en la serie en torno a su persona no te chirria porque han conseguido que nada de este personaje te pueda llegar a sorprender. Además, Frank nos ha dejado grandes frases para el recuerdo, frases que podríamos rebautizar casi como “tortazos a la audiencia”, tortazos molestos, hirientes y sin ningún tipo de contención. Frases como “la democracia está sobrevalorada”, «hay dos tipos de dolor. El que te hace fuerte y el inútil, el que sólo te hace sufrir. Yo no tengo paciencia para las cosas inútiles» o «solo hay una regla: cazar o ser cazado» son algunos de los ejemplos, todo un alardeo de una moralidad como poco diferente y que, encima, nos encanta y pedimos más
Pero…“detrás de un gran hombre siempre hay una mujer con sangre en sus manos” y esa mujer es Claire Underwood. El personaje de Robin Wright es el contrapunto perfecto al de Spacey, y es que Claire Underwood nos lleva a un nivel diferente donde uno ya no sabe si está perdido o ha dejado de entender por qué dos personas que parece que no se respetan forman algo tan perfecto, una relación que llegamos a envidiar y querer para nosotros. Incluso, llega un momento que comienzas a ver en ella virtudes que son aún más atractivas que las del personaje protagonista. El personaje de Wright juega en esa línea entre la ambición y el deseo, el deber y el placer. La mujer perfecta dedicada a su marido frente a la necesidad de desarrollar su propia carrera profesional. El placer y el verdadero amor que la llevan a tener una tórrida relación extramatrimonial frente a la lealtad a su marido. Y si de Frank nada te sorprende, de Claire todo lo hace. La elegancia es siempre su sello de distinción pero nunca sabes por dónde va a salir la ahora Primera Dama.
Las dos primeras temporadas de House of Cards nos han enseñado la cara menos amable del mundo de la política, pero más allá de eso, ambas temporadas nos han enganchado por el elemento humano, por la utopía de la lealtad, por enseñar lo que en cierto modo todos deseamos pero nunca buscamos.
Dos temporadas que han servido de radiografía de un matrimonio que, por el momento y a pesar de las fisuras, no ha fracasado. Matrimonio que ha servido como escenario de las estrategias para alcanzar el poder que, con Frank como presidente de los Estados Unidos en esta nueva temporada, seguro seguirá dando mucho juego a los fans de la serie y es que solo hay que ver la espectacular promoción que Netflix lleva haciendo de cara al estreno de la nueva temporada. Los Underwood en el jet presidencial, la creación de una pieza musical para un cuarteto de cuerda dividido en diferentes teasers o el pequeño avance de San Valentín que muestra que, posiblemente, no todo vaya tan bien para la pareja en esta nueva etapa. Y es que House of Cards no es solo política sino que es mucho más, y es todo lo que viene detrás de la política lo que ha conseguido enganchar a la audiencia.
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Esther Blanco
@e_bece