EL ATOLLADERO EGIPCIO: CLAVES Y PROTAGONISTAS

Un artículo de Itxaso Domínguez de Olazábal para ColumnaZero.
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Un artículo de Itxaso Domínguez de Olazábal para ColumnaZero.

En ColumnaZero repasamos las principales piezas del atolladero egipcio: actores, opositores, revueltas y revoluciones. Todo lo necesario para entender el conflicto desde las claves de sus protagonistas y su evolución desde el comienzo hasta la situación actual del país de los faraones. 

Los actores

Los revolucionarios: siguiendo el ejemplo de sus hermanos tunecinos y tras varios incidentes evocadores de un profundo descontento (la página web “We are all Khaled Said”, en defensa de un joven torturado y asesinado en Alejandría por las fuerzas de seguridad, es considerada por muchos la verdadera chispa de las revueltas), el 25 de enero de 2011 fue el día a partir del cual y durante 18 días más, millones de personas, siguiendo el ejemplo de jóvenes liberales parte de la “generación Facebook y Twitter”) salieron a la calle para luchar por sus derechos y hacer oír su voz, algunos de ellos dispuestos a morir por su causa (la revolución dejó tras de sí más de mil muertos). La Plaza Tahrir se convirtió en el símbolo revolucionario por excelencia.

La “oposición oficial”: incluso antes de la caída de Mubarak, varias figuras habían hecho ya oír su descontento. Algunas de ellas destacan hoy como principales líderes de la oposición. ¿ La principal característica común entre la gran mayoría? Se trata de personas muy mayores, según algunos desconectadas de la realidad y que no logran conectar con los jóvenes revolucionarios. Otro gran problema que les ha hecho perder muchos puntos es su incapacidad para unirse y así dotarse de mayor fuerza, pero también para presentar una agenda coherente. En diciembre, y con el fin de solucionar varias de sus lagunas, crearon el “Frente de Salvación Nacional”. Entre ellos destacan Mohammed ElBaradei, Amr Moussa, Hamdeem Sabahi y Abdel Aboul Fotouh.

Los Hermanos Musulmanes: grupo creado en 1928 en Egipto, con ramas a lo largo y ancho de todo el mundo árabe, que tiene como objetivo declarado  inculcar el Corán y la Sunna como el «único punto de referencia para…ordenar la vida de la familia musulmana, el individuo, la comunidad y el Estado», tanto en Egipto como en el resto de los países de la Umma. Cabeza de lanza del denominado Islamismo, fueron duramente reprimidos por sucesivos gobiernos en Egipto (en gran parte por su vinculación con actos terroristas). Los Hermanos Musulmanes no son un partido político, sino una organización religiosa civil profundamente integrada en la sociedad egipcia, gracias en particular a su labor social en comunidades pobres. Antes de 2011 participaban en la vida política como diputados independientes, en la vida económica como poderosos empresarios, y tras la Revolución (a la que se unieron de forma tardía, algunos creen que para aprovecharse de su éxito) crearon un partido, el Partido Libertad y Justicia.

Los salafistas: dentro del espectro islamista, se caracterizan por ser un grupo más extremista que aboga por volver a los tiempos del Profeta. En otros países árabes han adoptado actitudes más violentas (en particular en Túnez), en mucho menor medida en Egipto.

El antiguo régimen: inaugurado por el venerado Nasser, segundo Presidente de la República Arabe de Egipto, padre del panarabismo y abanderado del nacionalismo egipcio que en, junto con otros compañeros, lideró la revolución de los oficiales libres que en 1952 destronó al Rey Faruq. Tras la muerte de Nasser, otros generales dominaron Egipto, el último de ellos el rais Mubarak, en el poder desde 1981 y líder de un régimen de tintes extremadamente autoritarios (una dictadura según algunos) derribado por la Revolución.

El ejército: a partir de los años 50, una de las instituciones más poderosas de Egipto, tanto desde el punto de vista politico como economico (se estiman que controlan un tercio de la economía del país) y social, al (a pesar de su gestión al frente del gobierno interino tras la revolución y de sus más que cuestionables tácticas para asegurar la estabilidad). El órgano de mando es la la SCAF (Supreme Council of the Armed Forces). Gran parte de la influencia del ejército está íntimamente ligada a la cuantiosa ayuda militar que Estados Unidos prometió a condición de que Egipto respetara el tratado de paz que firmó con Israel en 1979 y que algunos consideran fundamental para el mantenimiento de la estabilidad en la región. .

El Poder judicial: en teoría profesionalizado e independiente, compuesto por jueces designados por Mubarak o bajo su tutela, ha entrado en numerosas confrontaciones con el Gobierno de la Hermandad Musulmana.

La prensa: Egipto siempre se ha caracterizado por ser un país en el que, a pesar de la fortaleza de los medios pertenecientes al régimen, otros medios independientes han luchado por hacer oír su voz y mostrar al gran público (a los que pueden leer y acceder a sus publicaciones, claro esta) la otra cara de la moneda.

El resto del pueblo: Egipto es un país con una población marcadamente nacionalista, consciente de su gran Historia y de todos los caracteres que les unen antes de desunirles. Pais de mayoría musulmana, se estima que cuenta con un 10-15% de coptos y un no desdeñable número de no creyentes (difícil de calcular, ya que en su equivalente al DNI debe constar su religión). Es precisamente ante tal panorama que resulta increíblemente desoladora la polarización actual. Es importante señalar que Egipto no es, ni mucho menos, lo que los medios a veces nos quieren hacer ver: se trata de un país de más de 80 millones de habitantes en el que la gran mayoría viven desperdigados a través de poblaciones ínfimas y extremadamente pobres en las que los egipcios de a pie están más preocupados por sobrevivir que por criticar a quien esté en el poder. Incluso en el propio Cairo, una gran mayoría de la población ansia antes que nada la estabilidad y no esta dispuesta a manifestarse – es por ello que se les denomina “Couch Party” (partido del sofa). Muchos de ellos firmaron la petición de los Tamarrod y el 30 de junio salieron a la calle.

La segunda revolución

Todavía no queda clara cual es la palabra que habría que utilizar para definir qué es lo que ocurrió el pasado 3 de julio. Algunos no dudan en llamarlo golpe de estado, otros alegan que se trataba de una revolución (de hecho, el lema “this is not a coup” se volvió viral en menos de media hora). El caso es que el 30 de junio millones de personas (algunos llegaron incluso a hablar de 33, una cifra que sin embargo parece dificil de probar) se echaron a la calle para derrocar por segunda vez a su lider, un lider que en este caso sin embargo había subido al trono contando con la bendición de las urnas. Como es que tras solo un año en el poder, medio país pidiera a gritos su dimisión, invitando con los brazos abiertos al ejército a intervenir?

Tendríamos en primer lugar que hacer referencia a las condiciones bajo las cuales Mohammed Morsi fue elegido como primer Presidente civil del pais norafricano. Tras la salida de Mubarak, fue la SCAF quien tomó las riendas del país. Hizo aprobar una Declaración Constitucional transitoria y convocó elecciones legislativas. Muchos criticaron esta última decisión, ya que el único grupo político digno se ser así denominado, y preparado para presentar candidaturas con sustancia, eran los Hermanos Musulmanes. Estos últimos, evidentemente, obtuvieron una amplia mayoría, seguidos de cerca por los Salafistas. Los islamistas controlaban Cámara alta y baja del Parlamento, aunque la primera sería luego disuelta por la Corte Suprema, en el marco del constante pulso entre poder judicial y poder ejecutivo. El país llevaba meses requiriendo medidas de urgencia que nadie adoptaba. Y llegaron las elecciones presidenciales. De nuevo, muchos candidatos por parte de la oposición, todos ellos impotentes ante los dos baluartes que llegaron a la segunda ronda: Morsi y Ahmed Shafiq, hombre un tanto oscuro representante del antiguo régimen. El primero, tras más de una semana de incertidumbre, fue anunciado como ganador, y el país suspiro. Al fin tenían un Presidente. Al fin el país comenzaría a avanzar.

Pero la democracia no puede solucionar por arte de magia los titánicos problemas a los que se enfrentaba Egipto: una economía al borde de la quiebra, analfabetismo rampante, demografía alarmante, pobreza inaceptable, la situación de la mujer, los ataques y discriminación de minorías… una inestabilidad crónica que ahuyenta a propios y ajenos, pero sobre todo a turistas e inversores. Y además, y sobre todo, Morsi  prometió apostar por la inclusividad y representar a todos los egipcios sin excepción. Una promesa ante la que muchos se mostraron escépticos desde el primer momento, ya que crear un Estado basado en la identidad musulmana respetando a todos los individuos en el insertos es a todas luces imposible. Y el Gobierno fue tomando tintes de más en más autocráticos: ataques a la sociedad civil y a toda forma de disenso (el más notable fue la orden de arresto contra el cómico Bassem Youssef), nombramientos cuanto menos arbitrarios, ceguera ante problemas acuciantes como el acoso a la mujer, incapacidad de encauzar la economía por miedo a una reacción violenta de la sociedad (una de las condiciones del Fondo Monetario Internacional era la eliminación de subsidios a gasolina y alimentos básicos)… y la gota que colmó el vaso llegó en noviembre en forma de Decreto Presidencial en virtud del cual Morsi se situaba por encima de la ley y sus decisiones eran inatacables. El país estalló de rabia, pero las manifestaciones no cuajaron, y los Hermanos Musulmanes fueron capaces de hacer que se aprobara de la noche a la mañana una Constitución cuanto menos vaga y, según algunos, en muchos puntos contraria a los principios revolucionarios.

Mohammed Morsi.

El descontento aumentaba, en proporción similar al número de manifestaciones organizadas cada semana. Incluso se llegó a proponer mandar a Morsi al espacio. Era necesario canalizar esa insatisfacción, y un grupo de jóvenes armados únicamente de lápiz y papel emprendieron una aventura colosal: ir de puerta en puerta solicitando firmas reclamando la dimisión de Morsi. El objetivo era conseguir 15 millones, 2 más de los que votaron a Morsi hace algo más de un año. Y se dice que llegaron a juntar incluso 22. El movimiento Tamarrud (rebelión en árabe) fue ganando popularidad, y se fijó el 30 de junio (el 30 de junio de 2012 Morsi fue investido Presidente) como día clave. La tensión se palpaba en el aire, mucha gente estaba de nuevo ilusionada, y las imágenes que invadían pantallas en todo el mundo nos dejaron a muchos al borde de las lágrimas. Parecía que el país entero reclamaba la salida de Morsi. Y el ejército acudió raudo y veloz en su ayuda. Y, al igual que hicieron en 2011 cuando se negaron a disparar sobre los manifestantes, se convirtieron en los héroes de la revolución. Dieron 48 horas a Morsi y a sus aliados para que buscaran una salida digna, y el 3 de julio anunciaron que este último ya no era Presidente. Fuegos artificiales y banderas tricolores iluminaron el cielo de El Cairo, cientos de miles de sonrisas, de abrazos, de felicitaciones, de gritos nacionalistas. El gran Egipto había vuelto a triunfar y volvería a renacer de sus cenizas. ¿O no?

El ejército parece haber respetado su promesa y ha comenzado a seguir una hoja de ruta que en principio parece respetar lo que muchos coreaban en las calles. Pero (y en Egipto siempre hay o un pero o una teoría conspiratoria), como es lógico después de un golpe de estado, no todo el mundo está contento. Ni mucho menos. Los Hermanos Musulmanes se apoyaron en la legitimidad que un día les otorgaron las urnas para denunciar la situación, y sus seguidores prometieron luchar (de nuevo, incluso sacrificando sus vidas) para que Morsi volviera al poder. Peor aún, el ejército implícitamente declaró una caza de brujas contra la Hermandad, arrestando a sus principales líderes, cerrando medios de comunicación, desoyendo cualquier tipo de oferta apaciguadora… Y la violencia, inevitablemente, estalló, y ya se ha llevado consigo más de cien vidas. El país está más polarizado que nunca, y la incertidumbre campa a sus anchas por cada rincón de su enorme territorio. Después de la tempestad siempre llega la calma, dicen. El problema es que en Egipto esa calma nunca dura más de unas semanas. Y millones de personas, mientras tanto, se asoman al abismo de la desesperación.

Itxaso Domínguez  de Olazábal ( Licenciada en Derecho y especializada en Derecho de la Unión Europea y relaciones internacionales)

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