
Humor simplón basado en referencias audiovisuales.
Lo mejor de “Un espía y medio” son sus tomas falsas del final. Antes, casi dos horas de entretenimiento insufrible de típica comedia caótica que ni siquiera llega a desordenar lo suficiente su caos y que recuerda a cualquier otra como “Superagente 86”. El género debería tomarse un descanso y reflexión. El director, Rawson Marshall Thurber (“Somos los Miller”, “Cuestión de pelotas”), ha vuelto a demostrar que el mayor problema al que se enfrenta al cine es que se producen con grandes presupuestos demasiadas películas que sobran, mientras que las realmente buenas se quedan en el ostracismo por no poder financiarse lo suficiente. La culpa, eso sí, es del espectador, que acude a la taquilla a comprar su entrada para “Un espía y medio” sólo por el reclamo de ver al admirado Dwayne Johnson, “The Rock”, que sigue viviendo de su papel en “El Rey Escorpión” 15 años después.
“Un espía y medio” comienza con un joven obeso marginado en el instituto, Bob, que reaparece 20 años más tarde (tiempo en el que se desarrolla la trama) para una fiesta de reencuentro de exalumnos, y lo hace convertido en “The Rock”. Allí se redime y coge el micrófono para perdonar a todos los que le arruinaron la adolescencia y para enseñarles que la belleza está en el interior, bla, bla, bla… Hollywood (la Bella y la Bestia encerradas en una misma industria) sabe que no se cree su propia mentira y dos segundos más tarde Johnson se quita la ropa para bailar con sus bíceps al aire porque el propio Bob ha superado sus traumas gracias al gimnasio. Y si hemos saltado de la primera secuencia a la última es porque, lo que hay en medio es pura paja mal construida y descafeinada.
El único alumno que no marginó a Bob en el instituto fue el popular Calvin Coyner (interpretado por Kevin Hart), que no supo mantener el éxito y ahora es un contable sin pena ni gloria, un ciudadano raso. Sin embargo, Bob que, al contrario, pasó de ser un don nadie a ser reclutado por el FBI, acude a él para pedirle ayuda. Necesita que descifre unos códigos con los que obtener las coordenadas del lugar donde se llevará a cabo un intercambio de información que puede poner en peligro lo que llaman como “el mundo libre”. Occidente y su capitalismo vuelven a aparecer intrínsecamente como si fueran, una vez más, la salvación de la humanidad.
Y toda esta ética occidental está en manos de Bob y Calvin, asustado durante el 75% de la película y convertido en espía improvisado junto a su profesional amigo. Dwayne Johson y Kevin Hart encabezan un reparto que completan, entre otros, Jason Bateman y Aaron Paul, y lo cierto es que la pareja protagonista, aunque no pasará a la historia como dúo cómico, sí que mantiene la química en todo momento y generan un envoltorio de simpatía y complicidad que esconde las carencias de la película, con una trama cuyos conflictos se resuelven de la manera más básica posible, a base de golpes surrealistas, y con un único giro final de guión que ni siquiera sorprende. Al menos, por las tomas falsas parece que durante el rodaje se lo han pasado realmente bien.
[vsw id=»iqHiMVG7C7A» source=»youtube» width=»425″ height=»344″]
Óscar Reyes
@columnazero