
La fábula teñida de rojo.
Uno de los talentos más incomprendidos del momento es Nicolas Winding Refn. El realizador danés llegó al gran público con una obra notable, Drive (2011), pero que en absoluto era representativa de su filmografía, excepto por algunos apuntes de estilo. Echando la vista hacia atrás y hacia delante desde ese punto de inflexión, apreciamos una evolución artística basada en un universo «moral» propio. Nicolas Winding Refn es un director independiente en el sentido más absoluto de la palabra; poco le importa el reconocimiento adquirido con una cinta de acción, su sentido cinemático bebe de una mitología universal, del trabajo de unos arquetipos universales que él usa como piezas en el tablero de sus propuestas visuales. Su última película, The Neon Demon (2016) refuerza aún más, si cabe, el camino hacia un trabajo artístico de primera magnitud, meditado pero con una gran dosis de intuición y pedagogía.
El peso de lo visual en la obra de Nicolas Winding Refn adquiere en The Neon Demon una dimensión aún mayor de lo que ya tenía en el psicodrama inspirado en la Grecia clásica, Only God Forgives. Si el tratamiento de la imagen era estilizado hasta la exquisitez en aquella cinta, en The Neon Demon lo es aún más; sin apenas texto, el filme se nutre de imágenes cada cual más impactante, más envolvente, apabullante y cautivadora. Nada queda al azar en esta pequeña película -pequeña por el volumen de su producción- que no haya sido colocado aposta, ningún detalle por insignificante que sea: un espejo, un cuadro, un vaso, tienen su razón de ser en el plano de esta historia que nuevamente encierra un misterio tan absoluto como el de sus imágenes.
The Neon Demon es un ejercicio metonimia, una película en la que se usa el mundo de la moda como pretexto para ubicar una historia tan antigua, y tan contemporánea a la vez, como la de la brujería, la de la conspiración satánica, la del sacrificio propiciatorio a las deidades de la belleza y la vanidad. El planteamiento de The Neon Demon suena disparatado porque sus detractores no se han parado a meditar sobre el significado de ciertos momentos de la película; repasemos la escena en la que a la protagonista (Jesse, Elle Fanning) se encuentra enfrente del demonio de neón, vanagloriándose de su propia belleza ante él, por ejemplo, de clara inspiración esotérica. Otro momento decisivo para la trama es aquel en el que un fotógrafo de moda pide hacerla una sesión de desnudos y pinta su piel con una pintura que simula el oro -extendido ritual para las víctimas propiciatorias en muchas culturas antiguas-, santificándola para el holocausto a manos de una gurú de la moda (Ruby), trasunto de una moderna Madame Bathory que quiere perpetuar su belleza devorando y bañándose en la sangre de sus víctimas. De hecho el personaje de Ruby quizás sea el más complejo de todo el guión.
La película vuelve a contar en la banda sonora con el solicitado y ochentero Cliff Martínez, un compositor que ofrece su mejor nervio al score de una película donde el diálogo prácticamente reluce por su ausencia, donde la imagen, el color y los sonidos adquieren un significado estruendoso, unidos a la grácil e ingenua belleza de la actriz protagonista. Entre elenco también encontramos a Kneau Reeves en el papel de un malvado casero – el ogro, nuevo mito recurrente de la mitología clásica-, a Jena Malone (Ruby) rodeada de sus dos acólitas, obsesionadas con la belleza de una forma obsesiva y satánica, las actrices/modelos Abbey Lee (Sarah) y Bella Heathcote (Gigi). Fascinan, por sus magnetismo, estos tres personajes, que van a protagonizar algunos de los momentos más intensos de la película: El mito de Narciso es escenificado por Gigi y Sarah en la sesión fotográfica que realizan junto a la piscina, embelesadas con su propio reflejo en el agua, una de ellas puede aguantar su imagen sin inmutarse, la otra se derrumba y termina rechazando el don otorgado por el sacrificio de Jesse.
En una reciente entrevista, Nicolas Winding Refn comenta que buscaba para su película un acabado «cosmético», quería que los rostros de los personajes se vieran tal y como los vemos en las revistas, irrealmente perfectos. Para ello consiguió unas lentes especiales para la cámara llamadas Crystal Express, evitando el tratamiento de la imagen en postproducción. Este sentido del riesgo también se siente en la distribución de su película, demasiado arty para los cines convencionales y aún para los que no lo son tanto, pero su estreno en las pantallas grandes de nuestro país y su posterior e inmediato lanzamiento al mercado doméstico refrendan el encanto, hermético e incomprensible en ocasiones, que hace de las películas de Nicolas Winding Refn un referente del cine posmoderno actual, una suerte de David Lynch bregado en la autoría fantástica y el cine de producción independiente.
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Alfredo Paniagua
@columnazero