
Travesura folclórica.
Dos detectives especialistas en el procesamiento de excrementos de perro deben obtener residuos orgánicos de un Borbón para demostrar que Juan Carlos I es el padre de un gitano. Y cuando digo “residuos orgánicos” me refiero a la mierda de la dinastía real. Los agentes en cuestión son amigos, pero defienden ideologías opuestas. Cada uno representa una de las dos Españas -como en La isla mínima (2014) pero sin sobriedad-, uno es un fascista orgulloso y el otro un fumeta revolucionario. Ambos emprenden una persecución frenética, acaudillados por el presunto bastardo, un gitano embaucador que seduce a la desconocida primogénita del porrero bolchevique.
La carretera conecta los puntos de esta absurda constelación. Como sucede en Airbag (1997), la clásica road movie del mismo director, Juanma Bajo Ulloa, los furiosos protagonistas conducen por el territorio nacional, levantando tras de sí una nube de cocaína. Y no es que la trama gire en torno a la nieve, sino que el delirio narrativo destila amor por el polvo blanco. Los altos en el camino terminan siendo una sucesión de acontecimientos demenciales, que no cesan hasta que el motor del coche ruge de nuevo, en busca de otra dosis de caos.
Sin embargo, el film no es tan anarquista como pretende y tampoco tan gracioso como debería. Las continuas pero someras referencias a la actualidad social y política componen un relato paródico de escaso calado. El film provoca desde la frivolidad, no desde la ironía, como en Airbag, pero sin tanta adrenalina. El espectador de 2015 es menos inocente que el espectador de 1997 y una fórmula que entonces fue considerada subversiva hoy resulta revoltosa. Finalmente, el humor vulgar convierte a la película en una caricatura del folclore nacional, filmada con un estilo americano.
Yo no soy un esnob, no levanto el dedo meñique cuando bebo una taza de té y tampoco huelo el vino como un sumiller antes de tomar un trago. No tengo nada en contra del humor vulgar, pero no disfruto de la película de Juanma Bajo Ulloa. Y pienso que el problema reside en que posee un sentido del humor pueril, en la medida en que lucha con tanto fervor contra la inocencia del humor blanco, que todo queda en una farsa, sin ser, en realidad, una farsa provocadora. Del mismo modo que el adolescente despide la infancia fingiendo ser adulto, el director simula una desobediencia que es tan excesiva como superficial.
Pero como dice Tony Soprano en uno de tantos diálogos espléndidos de la serie de la HBO Los Soprano (1999), “incluso un reloj roto da bien la hora dos veces al día”. Y El Rey Gitano atina en dos ocasiones, con el reparto y con la banda sonora, que cuenta con un contagioso, pero agradable leitmotiv. Karra Elejalde y Manuel Manquiña aportan carisma a la película y evidencian que son profesionales del género. El vasco por excelencia y el gallego profesional poseen una química tan notoria en pantalla que serían capaces de formar la pareja protagonista de una comedia romántica. Karra sería Bradley Cooper y Manquiña Jennifer Lawrence. O viceversa.
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Adrián Abril Alonso (@PublioElio_)
@ColumnaZeroCine