
Al final Loreak son solo eso: flores.
De todos los colores. De todos los tipos. Cada jueves, Ane recibe flores. Son las culpables de la única sonrisa que se le ve en la cara durante la semana. Y eso que no sabe quién es su remitente. Un misterio parecido envolverá a Tere y Lourdes, quienes descubren flores nuevas cada vez que visitan la tumba de Beñat.
Posiblemente, Loreak ha sido una de las películas de la Sección Oficial de la 62ª edición del Festival de San Sebastián que más curiosidad ha generado. Para muchos puede parecer una tontería; pero la belleza de su cartel, de inmensas proporciones, situado enfrente de la alfombra roja, ha contribuido a la causa.
La película, dirigida por José María Goenaga y Jon Garaño, que compite por el gran premio del festival donostiarra (cuyo estreno mundial ha sido aquí mismo), es bella de principio a fin. Su estética, perfectamente cuidada y de un gusto sublime, se convierte en el centro de la película. El guión es un macguffin absoluto; una excusa para hacer una obra de arte que está ahí únicamente para mirarla. Como las flores.
La cotidianeidad y la sencillez es lo que perdura durante los 99 minutos de cinta. El centro de la trama son las flores; no hay nada más simple y a la vez tan bello. En esto consiste el juego del film. Sus planos fijos, perfectamente compuestos con el predominio del color blanco que empapa la pantalla, son simples a la par que elegantes. Al igual que los conflictos de sus protagonistas; no hay nada que se salga de lo normal, de lo contenido. Y aquí es donde nace el arte de Loreak… Pero también donde empiezan a marchitarse sus flores.
Y es que los espectadores pedimos más. Al menos, yo como espectadora pido algo más. Un grito, una subida de volumen, un giro de guión… Algo. Lo sofisticado está muy bien; pero si se combina eso con una gran historia, aún está mejor. Loreak es un orgasmo continuo para los ojos, pero le falta mucho camino para ahondar dentro. Dicen en el propio film que “la gente no se muere mientras no la olvidemos”. Y no solo la gente. El arte perdura mientras alguien se acuerde de él. Quizá Loreak necesitaba más flores para emocionar y para conseguir que no solo perdure en nuestros ojos, sino que consiga traspasar la piel. Al final pasa lo que pasa: las flores están infravaloradas.
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Blanca Ramos (@blancaferra)
@ColumnaZeroCine
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