
Japón y otras galaxias.
Abordar un film manga futurista sobre piratas espaciales de temperamento melancólico que navegan por el cosmos en busca de satisfacciones espirituales, no es una tarea sencilla, sobre todo en estado de sobriedad. Pero Capitán Harlock es una película que no merece ser tratada a la ligera, así que empecemos por el principio: el argumento.
En un tiempo indefinido, los seres humanos luchan unos contra otros por la conquista de la Tierra hasta que la Coalición Gaia sentencia el conflicto declarando que nuestro planeta es un espacio sacrosanto que debe permanecer inhabitado. Desde entonces, todos los ciudadanos de la galaxia, obedeciendo las órdenes dictadas por la Coalición, residen en colonias espaciales. Todos excepto un grupo de disidentes, comandados por el Capitán Harlock, que surcan el universo a bordo de la nave Arcadia con el propósito de regresar a la Tierra. Mientras Harlock y los suyos burlan las acometidas de los represivos ejércitos de la Coalición, el barco pirata intergaláctico incorpora a un nuevo tripulante, Tadashi Daiba, un joven con dudosas intenciones.
Capitán Harlock, adaptación de un cómic homónimo creado por Leiji Matsumoto, es una película de animación barroca. Todos los elementos estéticos que la componen son densos, coloridos y exuberantes: la escenografía, repleta de opulentas estructuras arquitectónicas y naves espaciales que adoptan la forma de catedrales volantes, la anacrónica vestimenta de los personajes o el armamento kitsch de los protagonistas. Y la pretensión barroca no queda restringida a la estética de la película; también los elementos discursivos y narrativos son notablemente enrevesados.
Desde la perspectiva del discurso ideológico, el film no tiene desperdicio. Capitán Harlock nos presenta un universo apocalíptico, donde la tecnología representa de forma simultánea los excesos que han desencadenado la catástrofe y también el único medio para revertir la desesperada situación. En este sentido, la propuesta ideológica de Shinji Aramaki, director de la película, no dista de obras de tendencia ecologista como Avatar (2009), en la cual la tecnología es presentada como una serie de conocimientos y artilugios que nos permiten vivir en armonía con la naturaleza. Pero además, el film japonés posee una deriva filosófica que incide en la idea del eterno retorno, una concepción cíclica de la existencia que estructura el relato de principio a fin. No obstante, es evidente que Capitán Harlock, sin ser una película superficial, no aspira a la profundidad crítica de otras obras de anime como Akira (1988) o Paranoia Agent (2004).
Los guionistas también han pretendido exprimir el jugo político del cómic. La película narra la lucha de un grupo antisistema contra la coalición corrupta que detenta el poder de la galaxia. Un poder que mantiene simulando una realidad inexistente mediante un sistema de hologramas y negando, como es costumbre entre las clases dominantes, toda posibilidad de alternativa.
En el aspecto visual queda patente que Shinji Aramaki carece de la visión poética y onírica de creadores como Hayao Miyazaki (director de La princesa Mononoke o El viaje de Chihiro). Sin embargo, las animaciones de la productora Toei Animation, cuidadas hasta el último detalle, resultan dignas de asombro. Además, los efectos de la estereoscopia son tan poderosos que las gafas 3D forman un complemento tan indispensable como el refresco y las palomitas. Una lástima que la densidad visual y narrativa jueguen a menudo una contra la otra, entorpeciendo la comprensión de la trama y restando espacio a la imaginación y el humor. Pese a todo, Capitán Harlock es una película que asombra en la medida en que despierta con gesto vigoroso al apasionado preadolescente que llevamos dentro.
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Adrián Abril (@PublioElio_)
@ColumnaZeroCine