BANKSY: ARTE RECONOCIDO SIN CLIENTE

Un artículo de David Puertas Graell para ColumnaZero.
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Un artículo de David Puertas Graell para ColumnaZero.

El arte nace, crece, se reproduce, pero nunca muere. Es realmente sencillo valorar algo que está bien hecho. Millones de personas que se reúnen en los diferentes museos de las grandes ciudades para alabar las pinturas más famosas. Muchas de ellas, sin entenderlas, inmortalizan el momento con una instantánea y sueñan con tener una réplica en casa.

Lo que parece más complicado de entender es por qué existe esa tendencia a mitificar a los artistas que ya se fueron. Cómo es posible que ilustres como Vincent Van Gogh viviera constantemente en apuros económicos y hoy en día la venta de una sola obra suya le hubiese dado para disfrutar de cien vidas.

Algo parecido le puede estar ocurriendo a ‘Banksy’. Un prolífico artista reconocido mundialmente por su arte callejero. Se cree que su verdadero nombre puede ser Robin Gunningham. El motivo de su anonimato no está claro. Sin Facebook, ni Twitter, ni exposiciones, el artífice de cientos de obras que decoran diferentes ciudades, no solo británicas, maquillan la realidad de un sociedad totalmente confusa. Y puede que esta sea la verdadera razón. Quizá si respetase la ley y se limitase a dibujar acompañado de su pincelero y el eisles sería un artista callejero, pero con otro sentido.

Y a las pruebas se remite este artículo. El artista británico ofreció de incógnito sus graffitis en el Central Park por 60 dólares el pasado 13 de octubre. Un hombre canoso sentado en una silla plegable fue el comerciante encargado de vender sus pinturas. Todas ellas en blanco y negro. Auténticas y firmadas. Toda una inversión si se tiene en cuenta que las obras de este artista se venden en cientos de miles de dólares en diferentes subastas.

Pasaron varias horas en las que no se produjo una sola venta. A las 15:30 una mujer accedió a comprar dos pequeños cuadros de arte grafitero para sus hijos. No sin antes renegociar el precio y dejarlo todo un 50% más barato. Media hora más tarde, una chica proveniente de Nueva Zelanda compra dos cuadros. Su expresión era parecida a la de una persona que no sabía si sentirse estafada o con un billete de la loteria premiado entre sus manos. Tanto fue así que tras un estrechón de manos el tendero acabó besando en la mejilla a la segunda clienta.

A las 17:30 un hombre de Chicago acompañado de la frase «yo solo necesito algo para la pared» acabó comprando cuatro. Atraído por un arte que se vende para poder seguir creciendo parecía estar haciéndole un favor al nuevo representante de Banksy. Abrazo de despedida y última venta. Media hora más tarde se cerraría el negocio. Lo recaudado, 420 dolares, pasaría a ser la burla de muchos medio de comunicación que tildaron la acción de fracaso o decepción. Sin reparar, claro está, en que de nuevo Banksy ha dado una lección. La sociedad no está preparada para el arte y la única forma de ser reconocido es haciéndote famoso o muriendo.

El culpable aquí no va a ser solamente el Gobierno. O una política que apellida de ilegal al talento. Ni siquiera un sistema educativo que se encarga de formar a grandes genios para lanzarlos a una calle donde serán ignorados. La culpa, en esta ocasión, es de todos. Y la ignorancia la que lleva de la correa al ser humano.

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David Puertas Graell

 @davidgraell

 

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