
España se proclama campeona del mundo de balonmano en un partido para la historia (35-19).
24 horas después de su conclusión, el mundial de balonmano aún nos tiene anonadados. Los que han practicado este deporte desde pequeños, o simplemente los que lo han sentimos como algo suyo, llevamos hoy pintada en la cara una sonrisa de felicidad absoluta que nos hace totalmente reconocibles en la calle. Es una sonrisa incrédula, mezcla de niño feliz y hombre orgulloso, sabedora que el sueño se ha cumplido incluso por encima de las expectativas.
No es para menos. La borrachera de goles y juego brindada por los hispanos ayer en el Sant Jordi ha dejado imágenes para el recuerdo. Cuando la afición española cierra los ojos no para de recordar los latigazos de Joan Cañellas y Jorge Maqueda desde 9 metros, el esfuerzo defensivo de Viran Morros o esas paradas que el gigante Arpad Sterbik hizo en la tarde de ayer, moviéndose a cámara lenta, casi desperezándose. El 35-19 a Dinamarca, mayor diferencia de goles en una gran final de selecciones, es el reflejo de la intensidad con la que España saltó al 40×20. No hubo siquiera atisbo alguno de compasión. Las premisas impuestas por Valero Rivera eran claras: ser solidarios en defensa y superar, fuera como fuese, a la muralla de gigantes que representaba el 6-0 danés. El plan funcionó a la perfección, mezcla de la voracidad de España y de la incomparecencia de un rival que apenas consiguió sostenerse en la primera parte gracias a Mikkel Hansen, elegido mejor jugador del torneo.
Con el bocinazo final dio comienzo oficialmente una fiesta que ya había empezado minutos antes en la pista, fruto de la insultante superioridad que demostraban los españoles. El capitán Alberto Entrerríos levantaba el trofeo de campeones del mundo para poner un broche inigualable en el día de su último partido con la selección española. Después llegarían el confeti, los cánticos, las fotos y una más que merecida celebración por todo lo alto.
Y es así como se gestó una resaca, que por ser tal, también trae consigo algún que otro dolor de cabeza. Más bien de cabezazo, de esos que se pegan contra la pared los aficionados al balonmano, sabedores de que este deporte sufre la maldición de ser el gran olvidado por parte de los medios de comunicación en España. Aunque las portadas de los diarios de hoy están dedicadas a los hispanos, mañana el tercer deporte más practicado de España volverá al olvido fagocitado por el fútbol, y nada se sabrá de Sterbik, de Rocas, de Víctor Tomás y compañía hasta Dios sabe cuándo.
Ya en el día de hoy ninguna cadena de televisión ofrecía en los informativos un resumen detallado del partido, sino que preferían centrarse en la fiesta de después, en las imágenes de los jugadores en el autobús o en la promesa cumplida de Maqueda, quien se decidió que se pasearía en calzoncillos por el Sant Jordi si se proclamaba campeón del mundo. Mañana, las dos semanas de balonmano que se han vivido en España pasarán a ser solo un recuerdo y los medios de comunicación se olvidarán de que este deporte interesa y mucho en nuestro país, como demuestran los casi 3 millones de personas que ayer se conectaron al partido. Los medios se equivocan si creen que el balonmano solo merece pasar a primera plana cuando se consigue una gesta de este calibre porque el éxtasis que se vivió ayer en el Sant Jordi es, simplemente, irrepetible.
Miguel Veríssimo
@mverissimo90